Nuestra abuela del pueblo, la vecina del quinto y una exhaustiva búsqueda en Internet tienen algo en común: si les preguntamos por el mejor remedio casero para las varices probablemente nos acabarán señalando que es el agua del mar. Y empleada de muchas maneras distintas (la conciencia colectiva es MUY imaginativa), pero la más común de ellas, como sería de esperar, es aquella recomendación en la que bañarse, sumergir las piernas o pasear por la orilla del mar es definitivamente lo mejor para las varices.
Aunque el mar ejerce un indudable atractivo sobre nuestro inconsciente, y sin duda además nos proporciona multitud de beneficios (desde alimentos hasta la sensación de paz y relajación en su proximidad o por el simple sonido de las olas), es también por el mismo motivo el objeto de muchos mitos desde la Antigüedad. Y como no podría ser de otra manera, muchos de esos mitos tienen que ver con el ámbito medico. Y entre todos ellos, éste es uno de los más populares.
Al agua del mar, rica en sales minerales, parece que la tradición popular le atribuye propiedades curativas mágicas. Es cierto que puede ser beneficiosa para algunas enfermedades de la piel, pero esto no tiene ninguna relación con las varices ni con las arañas vasculares. Como buen mito se sustenta en una lejana base de realidad, pero la forma en la que lo encontramos repetidamente como recomendación infalible para las varices es errónea (o falsa, como prefieran).
Las varices son venas enfermas que se han vuelto incapaces de desarrollar su función, que es la de subir la sangre desde los pies en dirección al corazón. Este fracaso ha aparecido como consecuencia de un fallo en el correcto funcionamiento de las válvulas que tienen en su interior (cuya misión era precisamente ésa, garantizar que el flujo ocurre siempre solo en dirección ascendente). La consecuencia es que la sangre, del mismo modo que sube, también baja por la misma vena, con lo cual termina ascendiendo mucho más lentamente de lo que debiera. Esto provoca un aumento de presión dentro de la vena, que como tiene las paredes bastante finas no suele ser capaz de soportarlo y se acaba dilatando empujando la piel hacia afuera: esos “bultos” son las varices.
Por otra parte tenemos las arañas vasculares o telangiectasias, que son pequeñas venitas finas como cabellos, a veces rojizas o ligeramente más gruesas y de color azulado -verdoso. Estos pequeños capilares no suelen estar relacionados con las varices, y NUNCA dan ningún tipo de síntomas. Sin embargo las varices, debido a ese enlentecimiento circulatorio y a la presión aumentada en su interior, sí que pueden ser responsables de dolor, sensación de piernas cansadas o pesadas, picor o hinchazón (edema).
Aclarado este punto, podemos justificar hasta cuatro orígenes de esta leyenda urbana:
- Algunas personas creen que el movimiento de las olas contra las piernas actúa de masaje para mejorar la circulación venosa. Este efecto, si realmente ocurre, es tan pequeño que lo podemos considerar inexistente.
- Mantener las piernas sumergidas en agua (sea agua de mar o agua dulce, poco cambia) supone que el agua ejerce una cierta presión contra la piel. O dicho de otro modo, actúa como si de una media compresiva suave se tratara. Por supuesto, no es suficiente presión como para servir de tratamiento eficaz como unas medias terapéuticas, pero sí que es algo más que nada, y eso a la persona que sufre síntomas le puede suponer un cierto alivio.
- Normalmente quien pasea por el agua del mar lo hace en verano. El verano suele ser la peor época del año para la persona que padece varices, puesto que el calor es bien sabido que empeora los síntomas. El sumergir las piernas en el agua del mar, que normalmente está más fría que el ambiente en estas condiciones veraniegas, supone refrescarlas y contrarresta un poco el efecto perjudicial del calor, consiguiendo una mejoría de los síntomas. Pero eso mismo podríamos conseguir con el chorro frío de la ducha sobre las piernas, o sumergiéndolas en un cubo lleno de agua dulce y fresca.
- Por supuesto, si una persona camina dentro del agua del mar está llevando a cabo un ejercicio físico, y eso también contribuye a mejorar el retorno venoso. Pero también conseguiría ese mismo beneficio nadando en una piscina o jugando a tenis.
Las arañas vasculares, por otra parte, no se benefician en absoluto del agua de mar: puesto que nunca provocan síntomas, no hay síntomas que aliviar. En contra de otra creencia popular muy extendida, tampoco significan nada parecido a la “mala circulación”, expresión muy utilizada y que nada significa, puesto que la “mala circulación” en realidad no existe.
¡No os podéis ni imaginar la cantidad de falsos mitos que rodean a las varices, y cuál es la sorprendente realidad sobre ellas! Los podréis encontrar explicados de una forma amena y muy accesible en VARICES: lo que debes saber.
En resumidas cuentas, el agua del mar en realidad no es capaz de curar las varices en absoluto, ni siquiera de reducirlas un poco. No es más que un falso mito muy extendido. Por lo que se refiere a las varices, no tiene nada de mágico. Su magia es de otra clase muy distinta: sigue siendo capaz de devolvernos a los mejores momentos de nuestra infancia, de relajarnos en cuerpo y mente, de despertar nuestro sentido de la poesía o las ganas de cantar y, en definitiva, de hacernos soñar.